Si supieseis qué significa: Misericordia quiero, y no sacrificio, no condenaríais a los inocentes; porque el Hijo del Hombre es Señor del día de reposo. (Mateo 12: 7, 8).

La respuesta de Jesús a la crítica que recibe de los fariseos porque los discípulos arrancaban espigas en sábado nos sorprende, y a todo el que no la analice con profundidad le puede parecer riesgosa desde el punto de vista religioso y ético. Esa respuesta era muy revolucionaria para la gente de sus días, y hasta me atrevería a decir que para varios de nosotros: “¿No habéis leído lo que hizo David, cuando él y los que con él estaban tuvieron hambre; como entró en la casa de Dios, y comió los panes de la proposición, que no les era licito comer ni a él ni a los que con él estaban sino solamente a los sacerdotes? ¿O no habéis leído en la ley, como en el día de reposo os sacerdotes en el templo profanan el día de reposo, y sin culpa?” (vers. 4, 5).

Jesús nos dice que algunas cosas que son “ilícitas” bajo determinadas condiciones se vuelven lícitas ante los imperativos del amor y la necesidad humana. No era lícito, según la misma revelación de Dios en el Pentateuco, que el pueblo común comiera de los panes sagrados de la proposición que estaban reservados solamente para los sacerdotes. Tampoco era lícito que se trabajara en sábado, y sin embargo en ese día los sacerdotes realizaban más tareas que durante la semana. Sin embargo, ante la necesidad apremiante de David y sus hombres que huían de la locura violenta del rey Saúl, lo que normalmente era “ilícito” se convirtió en lícito porque para Dios primero están las necesidades humanas que una ley fría e inflexible.

Es que Jesús, aun cuando tiene ideales morales y espirituales sublimes para nosotros, sabe nuestra condición frágil y falible, y también conoce las circunstancias difíciles por las cuales muchos de nosotros atravesamos; su gran corazón de amor hace de la misericordia un valor supremo, porque “como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen” (Salmo 103:13). Confía hoy en el amor de Jesús y en su comprensión divina; y ten en cuenta que, si por alguna razón fallas, tu Salvador no te abandona ni te desampara. Sigues siendo su hijo.

Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El Tesoro Escondido”
Por: Pablo Claverie






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